lunes, 3 de diciembre de 2007

Hawaii

Soñé con arenas grises, percudidas, pegajosas. Franelillas y "shores" y alpargatas de hule.

Playa sórdida y chabacana, con tres pelos debajo de las narices, y pantorrillas flacas como ratas.

Tú estabas ahí, desganada, sometida. Me abandonabas sobre un carro rojo; contraste, desdén. Tu madre, tu madre te obligaba, pero no le costó mucho, realmente. Yo me quedé en la cola para sacar el dinero.

Volví a mi mesa, ya habían servido la pasta y el huevo frito. Busqué una silla para sentarme en la punta, entre dos famosos desconocidos: tertulia entre claras revueltas y masocotudas.

"Me dejaste" -pensé en coro. Quince veces mientras mastiqué te vi alejarte en el bólido rojo, con tu hermano no nacido manejando alegre por la avenida. Había sol, ¿no?. Qué raro. Y matas verdes y floridas. ¡Qué alegre manejaba tu hermano! El cabello largo y dorado se movía junto a sus ojos desquiciados, ávidos de velocidad. De lejos me hacías muecas. No hacía, ya te ibas, no importaba lo que dijeras

Y tu madre me miraba de soslayo, y yo le contestaba de igual manera.

¡Qué fiesta en la que estoy! ¡Lo que te estás perdiendo! Las mesoneras sirven con gran asco la comida, y nosotros saboreando el frío y la grasa. Comida gratis, ¿por qué es gratis? No recuerdo haber pagado... ¿Será que sí pagué?

domingo, 12 de agosto de 2007

Carlitos

 Mi hermano se casaba, de nuevo. Eso creímos, por lo menos. Estaba de flux y corbata, brillaba galante con quince años menos y más negro el cabello. Estaban él y su sangre en una camioneta roja. ¿Por qué todos son rojos? Felices como chivos pelaban los dientes y nos miraban con ojos tan azules que se confundían con melancolía. Se apeaban. Entraban a la iglesia y los seguíamos, yo y mi sangre. Era de noche. ¡Siempre de noche! Hablan sin mover los labios. Ventrílocuos nos ignoraban, vestida de negra su sangre. Entramos a la iglesia y ahora sí nos miraban. Sabían que veníamos para la boda. Ansiosos por reclamar que no nos avisaron. Pero había una buena razón para ello, para que todos estuvieran de negro. No era una boda. Era una misa en favor del ánima de una servicio que trabajó con ellos, que todos los días los espantaba. Con joyas y brillos su sangre se espantaban con la servicio.
¡Qué terrible!
¡Qué De La Barca!