domingo, 12 de agosto de 2007

Carlitos

 Mi hermano se casaba, de nuevo. Eso creímos, por lo menos. Estaba de flux y corbata, brillaba galante con quince años menos y más negro el cabello. Estaban él y su sangre en una camioneta roja. ¿Por qué todos son rojos? Felices como chivos pelaban los dientes y nos miraban con ojos tan azules que se confundían con melancolía. Se apeaban. Entraban a la iglesia y los seguíamos, yo y mi sangre. Era de noche. ¡Siempre de noche! Hablan sin mover los labios. Ventrílocuos nos ignoraban, vestida de negra su sangre. Entramos a la iglesia y ahora sí nos miraban. Sabían que veníamos para la boda. Ansiosos por reclamar que no nos avisaron. Pero había una buena razón para ello, para que todos estuvieran de negro. No era una boda. Era una misa en favor del ánima de una servicio que trabajó con ellos, que todos los días los espantaba. Con joyas y brillos su sangre se espantaban con la servicio.
¡Qué terrible!
¡Qué De La Barca!