martes, 6 de junio de 2023

El Árbitro

Realmente sonaban como loros choroy. Ya luego de la tercera “mentira”, cómo le llamo a las cuba libre, las alegrías y risas de papá y mamá se transformaron de una melodía que me llevaba a una amorosa infancia, al chirrido rasposo de los loros que van en bandada de un lado al otro, cagando todo a su paso y tirando plumas por doquier.


De frase en frase levantaba la mirada del vaso con Coca Cola y Ron Pampero, para mirar a papá, con las mejillas coloradas riendo bajo el bigotito blanco. ¡Hasta la pelada estaba colorada del calor de las risotadas! Mamá mantenía la compostura, como siempre, sino que la Virgen la castigue, pero igual mostraba los dientes picados de nicotina cuando sacaba la mano del rostro para tomar la copa.


Y al fondo de la mesa mi hermano. Con esa sonrisa petulante y soberbia de dientes perfectos, dando la estocada al chiste continuado desde hacía varios minutos. Ni se dignaba a mirarme de vuelta; estaba matando de risa a papá y mamá y eso lo alimentaba, lo nutría. Se veían hasta más brillantes sus hermosísimas canas de mierda a los lados de su cabezota. Mientras me ahogaba en la cuarta roncola. 


Mi misma cabezota, mi misma sonrisa perfecta, pensaba no sin cierto asco. ¿Cómo dos personas tan iguales, con la misma carga cromosómica, podíamos ser tan distintas? ¿Qué lo favoreció a él, si los dos tenemos lo mismo?


Él, el árbitro favorito de la familia. El único, para ser honestos. El que sale en la tele en cada partido. El delgado y atlético. El que corre de lado a lado como un imbécil tras otros más imbéciles que persiguen un imbécil balón.


Él, el mellizo favorito de la familia. El menor por unos minutos. El regalón. El solterón. El cosmopolita. El de la plata.


Él, el que hace reir a morir a papá y mamá. Él, el que dice que él paga la cuenta, que hasta lo puede descontar de los impuestos para su empresa. Sé que me lo que está restregando; me está diciendo pobre en mi cara. Esas risotadas no son por el chiste. Son una pantalla para burlarse de mí, de su hermano guatón, del pobre de la familia, del agüebonao que no cacha ni una.


Papá y mamá ya ni me miran. Sólo lo miran a él, sólo lo han mirado a él siempre. Aunque digan lo contrario, aunque me digan lo hermosos que son mis hijos, no me miran a mí. Cuando me ven les recuerdo a hijo favorito, y estoy seguro de que piensan que mis hijos se parecen a él, no a mí.


Capaz y hasta son sus hijos y no míos. Por algo me dejaron sólo. Quizá ella no me podía seguir viendo la cara, sin recordar la cara de él sudando sobre ella una noche loca, una noche frenética.


“¡Maldigo el vientre que nos cobijó juntos!”, le grité antes de que terminara el chiste. Me acabé de un trago el roncito y comencé a tambalearme hacia la salida. Antes de cerrar la puerta escuché a mamá diciéndole lo mismo de siempre “déjalo, ya no llores. Te digo que estoy segura de que es homofóbico”.