lunes, 3 de diciembre de 2007

Hawaii

Soñé con arenas grises, percudidas, pegajosas. Franelillas y "shores" y alpargatas de hule.

Playa sórdida y chabacana, con tres pelos debajo de las narices, y pantorrillas flacas como ratas.

Tú estabas ahí, desganada, sometida. Me abandonabas sobre un carro rojo; contraste, desdén. Tu madre, tu madre te obligaba, pero no le costó mucho, realmente. Yo me quedé en la cola para sacar el dinero.

Volví a mi mesa, ya habían servido la pasta y el huevo frito. Busqué una silla para sentarme en la punta, entre dos famosos desconocidos: tertulia entre claras revueltas y masocotudas.

"Me dejaste" -pensé en coro. Quince veces mientras mastiqué te vi alejarte en el bólido rojo, con tu hermano no nacido manejando alegre por la avenida. Había sol, ¿no?. Qué raro. Y matas verdes y floridas. ¡Qué alegre manejaba tu hermano! El cabello largo y dorado se movía junto a sus ojos desquiciados, ávidos de velocidad. De lejos me hacías muecas. No hacía, ya te ibas, no importaba lo que dijeras

Y tu madre me miraba de soslayo, y yo le contestaba de igual manera.

¡Qué fiesta en la que estoy! ¡Lo que te estás perdiendo! Las mesoneras sirven con gran asco la comida, y nosotros saboreando el frío y la grasa. Comida gratis, ¿por qué es gratis? No recuerdo haber pagado... ¿Será que sí pagué?