martes, 25 de abril de 2023

La Pancora de la Pisada

 Siempre he odiado tener los calcetines mojados. ¡Y vaya que me los mojé! Por más estirados que los dejé sobre las rocas del mirador, con lo helado que estaba la tarde, no se me iban a secar nunca. Menos aún a esa hora; a esa hora dorada, que le llaman. Ese momento tan bonito, donde el Sol se está acostando por el Bosque Quillín. Lentito se va metiendo tras los árboles, dejando el cielo doradito bien lejos de aquel lado, y como mora madura de este lado. El l’afken, este lago hermoso, tranquilo reflejaba el ánimo de arriba, sin importarle que seguro por su culpa me daba una pulmonía. Pero, ¡qué más! Ahí tenía ya rato esperando que terminaran de estilar las prendas agujereadas.


Cosa más rica la Pisada en temporada baja, pensé sacudiendo mi mala pata. Solita para mí, siempre. Mi lugar para pensar, para descansar, para escuchar los treiles y las bandurrias. Mi lugar para caminar entre las moras y esperar algún día conseguirme con algún zorro desorientado. Pero con las zapatillas mojadas, lo único que quería era irme antes de que los cabros la convirtieran en la Culeada del Diablo, como le dicen cuando la noche los arropa.


Todos los del pueblo sabemos las historias de la Pisada. Todos los ranquinos hemos escuchado todas las versiones de la leyenda: que si era el Diablo quien comenzó la apuesta para ganarle el alma al ranquino; que si era el ranquino quien comenzó la apuesta de hacer el caminito de piedras al centro del lago de aguas traicioneras para sacarle fama y fortuna al Ángel Caído. Pero en todas el ranquino se pasaba de pillo y le ganaba al Belcebú. Sabemos que el enojado Príncipe de las Tinieblas le dió tremenda patada a la roca y le enterró la pezuña, dejando en testamento que en cualquier momento vuelve a buscar el alma que no se ganó en la apuesta.


Y las calcetas que no se secaban…


Miraba el cielo envioletarse y miraba a la Abuelita Agua imitándolo. Uno que otro pejerrey pasaba nadando de vez en cuando, como para burlarse de mí, nomás. Y ahí me di cuenta: una pancorita quietecita en la punta de una roca alta. Pensé que quizá también estaba tratando de estilar sus patitas el cangrejito de agua dulce. Ahí fue que ella me vio a mí y se vino caminando rápida y derechita, dejando un rastrito donde había arena bajo ella


Se vino acercando más, lo que me pareció raro; pero ya bien cerquita pasó otra cosa. ¡Te lo prometo besando este puñao de cruces! Se me acercó el bichito bien cerquita, casi que se me subía a la mano, y me dijo fuerte y claro “oye, ¿te gusta apostar?”

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