domingo, 10 de julio de 2011

Ale (I)

Era una noche fría. Fría y sin nubes. Luego de unos segundos vacilando finalmente cogí el último cigarro de la cajetilla y me lo llevé a la boca, saboreando con la punta de mi lengua el tabaco que pasa a través del filtro. “No vuelvo a comprar otra” me repetí por quinta vez esa semana mientras estrujaba el cartón rojiblanco tan fuerte entre mis dedos que creí que podría haberlo hecho polvo.
Sin nubes y sin brisa. Vi como la luna llena bañaba la cajetilla que rodaba por el pavimento al momento que el auto se detuvo frente a mí.
-Creí que habías dejado de fumar.
-Aún no estoy fumando – mascullé mientras acercaba la llama al cigarrillo apretado entre mis labios.
-¿Sabes que pierdes siete minutos de vida con cada uno de esos que te fumas?
Dentro del carro sólo se veían un par de hombros de caletero arropados con una chaqueta de cuero, y una cabeza morena detrás de un volante que apretaban unos nudillos peludos, bañados en luz plata. Dicen que un Montecarlo compensa el tamaño de un hombre. Al parecer Nico se lo tomó en sentido literal.
-Pierdo más tiempo discutiendo esas tonterías contigo.
-¡Vamos, Ale! Sabes que lo digo por tu bien. ¡Me preocupo por ti!
-Quizás si tu voz no fuese tan chillona te haría caso – le dije entre humo al hombrecito, quien parecía tener el mismo ancho que alto, y en realidad no dudaba que pudiera ser así, mientras me daba la llave de la maletera. Levanté con dificultad los bolsos y comencé a rodear al sedán vinotinto.
-¡No, no, no! ¡No te vas a montar con eso prendido!
-Esperaremos los otros seis minutos aquí afuera entonces, Nicolás.
Fría. Sin nubes. Sin brisa. La luna grande como un fuerte, brillando dura e indiferente en el cielo. Inhalé profundo una bocanada, suspirando el sabor de la madrugada.

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